Podremos perder las elecciones, pero nunca nuestro voto


Por: Andrés Felipe Ortiz G. / Proyecto CEIS
Caricatura: Matador / ¡Ojo! con los votos prepagos

Otra vez me_han preguntado por quién voy a votar y otra vez he contestado que por el Polo. “¿O sea por Petro?”, me han dicho. “No, por el Polo”, respondí. Por el Polo porque, se supone, es allí donde se concentran mis aspiraciones de país; y mis aspiraciones no son, todavía, personalistas. De todas maneras reconozco el contexto de estas preguntas en toda su dimensión: el cielo y el infierno se administran por dios o por el diablo, y en esta democracia (sic) moralista (no política) que nos han impuesto, no cuenta el colectivo, importa el personaje. Tan es así que Mockus está hoy en el partido verde, pero antes estuvo en el naranja de los zanahorios y, si no gana la carrera electorera, podría estar mañana en el partido negro, en el violeta, o en el rosa, que el color en estos casos es lo de menos. De Juan Manuel, que a pesar de su apellido pertenece más al infierno que al cielo, ni se diga.


Pero miren ustedes lo particular: aquellos a los que he dicho que votaré por el Polo me_han asegurado que, al final, “perderé mi voto”. Y frente a esta expresión sólo hay una respuesta: no, no perderé de ninguna manera mi voto. Los que van a perder el suyo son aquellos que se han sumado casi de manera religiosa, como hace 8 y 4 años con Uribe, a la estampida verde que busca, entre otras, restarle votos a la maquinaria clientelar de Santos. O aquellos que, aprovechándose de la miseria en la que ellos mismos nos han dejado, reafirman su negocio clientelar entregando lechonas, tejas, cemento o, como en las elecciones parlamentarias de este año, con costalados de billetes de cinco y diez mil.

En otras épocas, no hace mucho tiempo, estos mismos señores de la guerra se sumaron al proyecto de expansión paramilitar a nivel nacional, consolidaron el “proselitismo armado”, “ganaron” las elecciones y se apoderaron del gobierno. Hoy el debate electoral no lo es tanto, y se ha restringido a una rencilla moralista en donde es más importante que los candidatos “crean en dios” que las mismas propuestas y apuestas de país. O como señala Chantal Mouffe: “Al contrario de lo que los teóricos pospolíticos quieren que pensemos, lo que está aconteciendo en la actualidad no es la desaparición de lo político en su dimensión adversarial, sino algo diferente. Lo que ocurre es que actualmente lo político se expresa en un registro moral. En otras palabras, aún consiste en una discriminación nosotros/ellos, pero el nosotros/ellos, en lugar de ser definido mediante categorías políticas, se establece ahora en términos morales. En lugar de una lucha entre ‘izquierda y derecha’ nos enfrentamos a una lucha entre ‘bien y mal’.” Entre los fieles y los clientes nos tiene este proceso electoral. De ciudadanos y ciudadanías, poco se ve.

Y en medio de los beatos, la desinformación y la consecuente falta de motivos de los fieles y de los clientes. Qué escenario tan particular: una vez entrados en el debate de las propuestas, de los programas, de los partidos, en fin, de la democracia, muchos de los febriles seguidores del bueno y el malo (cada quien decide el suyo) han reculado en su falta de argumentación.


Y al final, la política que se aplica es la del “mal menor”. Y allí se develan algunas contradicciones, como por ejemplo la de que muchos fanáticos Mockusianos no lo son tanto, aunque si son fervientes antisantistas. Esto quiere decir que sin ver en la propuesta de Mockus una alternativa real, se adhieren a ella en “contrapeso” a la arremetida clientelista, criminal y mafiosa de no sólo de Santos sino, en general, del Uribismo.


Al final, la reflexión de Caballero a la que nos sumamos: “¿Otro mesías? No, por favor. ¿Otro que se disfraza, ya no de arriero paisa sino de superhéroe, para venir a salvarnos? (…) Y es deprimente, repito, que las elecciones en Colombia nos pongan a escoger siempre entre el cólera y la peste.” Y en este escenario, aquellos que estamos convencidos de que nuestro voto no lo perderemos, así perdamos las elecciones.